lunes, 16 de agosto de 2010

LA LÜGGER


Te dejé porque yo era otra cosa.


Nunca supiste qué.


Vinieron los viajes,


los tipos de dientes perfectos,


la luz con suavizante de algunos amaneceres.


Claro que tuve amigos y claro que los perdí.


De ese tiempo es el perro que maté porque


ahora no me acuerdo.


Luego conversé y trabajé como un imbécil


hasta que algunas putas enderezaron mi camino.


Y así, un día crecí tanto que exploté


blando como una de tus yemas.


Mi nana de fango y aros en el mármol


fueron aquellos años de suciedad y libros


en que me bastaba sumar vino, mujeres y tiempo


para que el dinero fuera eso que tenían los demás


cuando no podían tener otra cosa, madre.


Por eso me hice del sindicato.


Para tenerlo todo y fácil.


No sabía disparar ni daba miedo,


pero yo era un poeta y amenazaba sin levantar la voz.


Pronto tuve coche, rubia y Lügger.


Una pistola, madre.


Tu hijo aprendió a reir con el costado de la boca.


Y hay peinados que mejoran esa risa amarilla, madre.


Fue cuestión de aprenderlos.


Tú nunca supiste peinarme contra Chúpamela cuando fui niño.


Mandé que lo buscaran.


Se había hecho granjero, tenía familia, no se acordaba de mí.


La Lügger desdibujó por segunda vez sus rasgos.


Fue como una estampida de pájaros en la infancia, madre.


Descuida.


Sigo apreciando ciertas horas de la noche,


algunos poemas de Cavafis,


Cortázar, el bourbon tibio,


los brazos de los niños,


la mamada extrema de esa mujer que,


a la postre,


no evita la muerte de su marido allí presente, madre.


Pero hoy he visto tu cara en los ojos zorros


de una vieja detrás de un ventanal.


Había avisado a la policía


porque ella era mejor que todos nosotros.


Podíamos volarla con las Remington,


partir el edificio por la mitad,


destruir el barrio.


No obstante, avisó a la policía.


Esperamos y no tardaron.


Sirenas.


Luego el silencio y mi calmoso cigarrillo de jefe sobre los caídos,


los nuestros y los suyos.


Un cigarrillo de recuento y las ganas de un whisky bajo la mirada de la vieja,


esa mirada festiva y horrorizada que se parece a la tuya, madre:


una vieja pegada a una ventana, con su cara de rata decente,


esta madrugada u otra cualquiera. Esa vieja repugnante.


Y me he acordado mucho de ti.


Madre, quiero que conozcas a los chicos.


Quiero que conozcas mi Lügger.


Abrígame cuando llegue.


Sonrío raro.

HIJOS DEL VAIVÉN

En la orilla de todas las madres
La ola de padres que retrocede.

Saludad al niño condón en medio.

LA INVENCIÓN DEL FUEGO

Calentar sus paredes
Por dentro
Darles el punto de oro
Donde lucirá el gemido.