viernes, 6 de octubre de 2017

SOLOS EN LA MADRUGADA


José Sacristán siempre ha sido como una radio sonando en alguna parte. Alguien diciendo. La voz de cojones y un tanto monocorde que hablaba y hablaba en cierta forma del color en blanco y negro sobre sus propias paranoias y las paronias colectivas de la tribu: la libertad, el sexo, el miedo, la estupidez, la soledad... Sacristán dale que te pego, incansable, mientras la gente iba muriendo a su alrededor y los problemas se iban solucionando, unos mal y otros peor, pero la vida continuaba, el sexo seguía siendo un problema, la libertad también, y cada día estábamos más solos. De fondo, la voz de un canijo grave, la voz grave de un canijo sentimental y algo impostado al que se le perdonaba su terquedad porque uno se lo imaginaba como condenado a trabajos forzados de sobrevalorada comedura de tarro hasta que se le parara la cuerda, se pegara un tiro o le dieran el Premio Nobel al Mejor Maratón de Pepe Grillo. Quizá porque los demás pensábamos que la intemperie era una cosa de modas, de atrasos o de pubertades extenuadas más allá de los cuarenta. Una masturbación de ciencias sociales con partitura y recitado... Ahora que vuelven las tinieblas sociológicas y otra vez el blanco y negro del bien y del mal con su amenaza de caos y de libertades al carajo, se agradece recuperar ese sonido de la radio. Percatarlo. Nunca se había ido, el cabronazo. "Hay gente a la que le quitas la bandera y se queda en pelotas". Se agradece mucho. Ahí sigue. Unos escuchándolo mientras engrasan sus pistolas fascistas, otros planchando su queridísima y heroica bandera contra las banderas asesinas de los demás que también planchan sus queridísimas y heroicas banderas contra las banderas asesinas de los otros, y todos solitos en la madrugada como cabezas de viejos muñecos descabezados en viejos cajones: cabezas que de repente abren los ojos en la oscuridad con su resorte histórico, mecánico. Cabezas que abrimos los ojos.

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